CASABLANCA

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FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

viernes, 20 de mayo de 2011

HISTORIAS MÍNIMAS PARA UNA GRAN HISTORIA

¿Dónde acontece la historia: en los hechos extraordinarios o en la cotidianeidad de los pequeños sucesos? El esquema historicista heredado del mundo grecorromano tiende a la espectacularidad, a buscar la respuesta en las grandes batallas, en los héroes, en la descripción detallada de los partes de guerra… Es esa historia que se vanagloria de las conquistas, que habla de vencedores y vencidos. Sin embargo, la intrahistoria unamuniana o la microhistoria de Ginzburg bucean en la vida de los seres periféricos, hombres y mujeres que protagonizan la historia de manera inconsciente. Estos son los personajes elegidos por Peter Englund para narrar su magnífico libro, La belleza y el dolor de la batalla. La Primera Guerra Mundial en 227 fragmentos (Roca Editorial), seres “de carne y hueso” que viven la rutina de cada día, cuando parece no pasar nada y se está escribiendo la que dicen es la historia con mayúsculas, porque en ese anodino acontecer, se urde la trama del mundo, ahí es donde realmente sucede la Historia.
Al historiador y académico sueco -secretario perpetuo de su Academia- le preocupa sobre todo el sentido de lo humano cuando todo lo humano habita en el infierno o está muy próximo a él. En su libro hay batallas (recordemos que Englund fue cronista de guerra) -el  Somne, Verdún, Ypres, Marne, etc.- y violencia -ataque con gas clorado, la matanza de servios, la cresta 321 de Verdún, etc.-, pero también hay paz en la guerra, tiempo para el amor, la amistad, el recuerdo y la nostalgia…La mirada del escritor no se eleva hasta el pedestal de los héroes, sino que se sitúa a la altura de los ojos alucinados de una niña de doce años viendo partir a los soldados hacia el frente, en las impresiones de una enfermera voluntaria en presencia de su primer cadáver (“La muerte es una inmovilidad horrible, tan silenciosa, tan distante.”), en la percepción del tiempo de un combatiente durante la contienda, en la lectura de una carta… Son dieciocho personas reales que sufrieron la guerra en el frente y dos, como contrapunto, que la padecieron en la retaguardia. 227 microhistorias de entre una y tres páginas que van desgranando el conflicto en su discurrir bélico, sí, pero, sobre todo, emocional: son sus cartas, sus diarios, sus memorias, etc.; testimonios escritos en los que se recogen sus impresiones impresionistas sobre sucesos mínimos de la guerra, sus anhelos, sus temores y sus sueños.
El ardor patriótico, la confusión, la indiferencia iniciales pronto devienen en dolor, impotencia, muerte y rutina, para Englund, “las experiencias personales de esto que llamamos guerra consisten, en el mejor de los casos, en reavivar los recuerdos de un sueño casi incomprensible y confuso. Algunos sucesos individuales destacan con más nitidez que otros, con la claridad que les confiere la fiebre del peligro de muerte. Después, incluso las situaciones más peligrosas se vuelven cotidianas y los días parecen pasar sin contener nada de interés, a excepción de la permanente proximidad de la muerte. Pero también esta idea, por mucho que se destacase al principio, acabamos reprimiéndola, ya que de tan omnipresente se vuelve anodina.” Lo cotidiano trabaja de forma paradójica: es rutina, pero también mudanza. Al concluir la guerra todo es distinto, ya nada ni nadie será igual:  “Observando los rostros de estos hombres a quienes yo conocía comprendí y sentí que habían cambiado. Parecían gastados, consumidos y sus semblantes me desolaron […] Al mirar en derredor todos me parecieron una especie de caricatura de sí  mismos: descompuestos, mutados a algo que me puso en alerta. ¿En qué se estaban transformando? ¿Hasta dónde iba a conducirnos esto, en realidad?”. El soldado australiano morirá en Galipoli; el danés del ejército alemán desaparecerá; el aviador quedará mutilado; el italiano se volverá loco; la conductora de ambulancias australiana en el ejército servio descubrirá el amor; el soldado británico, al final oficial condecorado por sus méritos en el campo de batalla, Alfred Pollard, protagonista de decenas de heroicos combates, sucumbe irónicamente ante un minúsculo enemigo, el virus de la mal llamada “gripe española”, causante de más víctimas que la misma guerra… Y con ellos el mundo ya nunca será el mismo, todo ha cambiado y se abre una “nueva era”. La Primera Guerra Mundial es la frontera de un tiempo que acaba y otro que comienza: los millones de muertos; los cambios de fronteras; el impacto de la revolución rusa; los problemas de adaptación de los millones de excombatientes; las nuevas ideologías (el comunismo y el fascismo, salidos de esta guerra, se convertirán en las grandes alternativas de las nuevas políticas de masas, en el sustento intelectual de los nuevos líderes mundiales que propusieron rupturas radicales con el pasado, de ahí que el libro concluya significativamente con la rotunda afirmación “Había decidido dedicarme a la política”, pronunciada por el mismo Hitler), subyacen en el origen de la violencia y de la cultura del enfrentamiento de todo el siglo XX.
La historia de Englund tiene una perspectiva plural, es poliédrica y la literatura que la adorna, sencilla, despojada de adornos, oral casi, se convierte en expresión del alma popular, y es más verdadera, incluso, que la propia historia.
La belleza y el dolor de la batalla es un libro grandioso, un fresco inmenso de la Primera Guerra Mundial  construido sobre lo pequeño, sobre esas historias mínimas, esos instantes irrepetibles de seres condenados al olvido, que conforman esa “historia del adentro”, esa armazón interior sobre la que se construye la gran historia y cuya temporalidad discurre en silencio y muchas veces, la mayoría, en el anonimato.
PETER ENGLUND, La belleza y el dolor de la batalla, Roca Editorial de Libros, 2011.

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