CASABLANCA

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FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

domingo, 31 de julio de 2011

ANDRÉS MARÍN Y ESTEVAN (1843-1896): ALCALDE DE TERUEL (V)

Grabado de Miranda. Ciudad de Teruel en el año 1866.
Como hemos dicho, tras la muerte de Gayarre, Marín se retiró definitivamente de la escena y se refugió en Teruel, donde en ocasiones subía al coro de la catedral para recordar viejos tiempos, poner a prueba sus facultades de cantante y regalar su voz a sus paisanos, que lo escuchaban con veneración y cariño. Desde sus primeros triunfos, su popularidad fue creciente en la ciudad, como atestiguan los versos de Jerónimo Lafuente:  “Y tus paisanos han visto/ que eres el Andrés de antes/ y que mucho más estimas/ y mucho más te complacen/ estos humildes aplausos/ que los que hasta aquí lograste…” También la inspiración popular le rindió homenaje: “Tres cosas tiene Teruel/ que no las tiene Madrid:/ los Amantes y los Arcos,/ y el tenor Andrés Marín”. Manifestaciones a las que él correspondía cantando jotas expresamente compuestas para homenajear a su ciudad: “Teruel no fuera Teruel/ Si le quitaran los Amantes/ el Sermón de las Tortillas/ y la Vaquilla del Ángel”.  De hecho, en noviembre de 1893, con motivo de la movilización  de reservistas para la guerra de África, ante la necesidad de recaudar fondos para atender a las familias más necesitadas de los reclutados, se organizó una velada con subasta de localidades en la que entre otros, actuaron Marín y su mujer.
            Un ciudadano, que asistió a la actuación siendo todavía un niño, rememora a Marín de la siguiente entrañable manera: “Era Andrés Marín un anciano simpático, pródigo y baturrísimo, trato vibrante del famoso quijote teruelano El Rey que rabió; de espíritu amplio, derrochador, generoso y con una inagotable vena anecdótica; fue el ídolo social de la ciudad”.
             De carácter manirroto (parece ser que era aficionado al juego) humorista y burlón, le gustaba trasnochar y la fiesta (incluso durante su carrera profesional fue un empedernido fumador), así que se dedicó a vivir la vida y a alternar con sus paisanos. Era tremendamente conocido y querido por el pueblo de Teruel, hasta el punto de que el 1 de julio de 1891, el Ayuntamiento de Teruel lo nombró primer Teniente de Alcalde, esta elección se efectuaba por votación popular. Más tarde, en 1893 fue elegido Alcalde de la ciudad por el partido republicano federal y acometió con perseverancia aragonesa la anhelada llegada del ferrocarril a nuestra tierra, pues hasta ese momento, todos los intentos de hacer realidad la vía férrea que conectara Calatayud con Sagunto pasando por Teruel habían resultado fallidos. Como podemos observar los sufridos turolenses de hoy, nada nuevo bajo el sol, triste eterno retorno: nuestra provincia era –y sigue siendo- la cenicienta de España y tantas veces como salía a subasta la construcción de dicho ferrocarril, otras tantas quedaba desierta la concesión. Para resolver el problema, Marín diseñó toda una estrategia de hombre de mundo, se trataba de conseguir lo que en términos políticos actuales denominaríamos suficiente masa crítica y presión mediática como para crear una opinión pública favorable a su proyecto y poder ser de esa manera escuchado y considerara su petición por el Gobierno de la nación.
            El 22 de noviembre de 1893, como Alcalde de Teruel, convocó y presidió una junta magna para secundar la labor parlamentaria de los Diputados a Cortes por los distritos que habían de ser afectados por la línea en proyecto (Juan Gualberto Ballesteros, Tomás María Ariño, Leoncio Torán, Carlos Castel, Juan Navarro y Teodoro Llorente), los cuales presentaron al Congreso una proposición de Ley para que se autorizase al Gobierno a otorgar de nuevo la concesión mediante concurso público. La ciudad se volcó con su labor y se manifestó en apoyo de sus gestiones, de hecho en la capital se gestó un movimiento ciudadano de similares características al actual “Teruel Existe” en apoyo de las gestiones de su alcalde.
            Por fin, el 6 de julio de 1894, la Reina Regente, Mª Cristina, firmó el Decreto que hizo posible la realización del tan suspirado ferrocarril. El objetivo estaba cumplido, si bien su artífice no llegaría a ver circular las locomotoras por las tierras de su querido Teruel.
            En 1895, el periódico de tirada nacional El Liberal colaboraba con la campaña de prensa que Marín llevaba a cabo en periódicos nacionales y extranjeros para denunciar la falta de compromiso con este proyecto tan esencial para la supervivencia económica de nuestra provincia, así le dedicaba un extenso artículo sin desperdicio alguno, significativamente titulado “Viaje de El Liberal, por España. Teruel ¡¡36 horas de diligencia!!”, en el que el redactor, Luis Morate, exponía de forma extraordinaria la odisea de un viaje que él mismo se aprestó a sufrir en sus carnes, un viaje de treinta y seis interminables horas que cualquier viajero invertía, tanto si salía de Calatayud, como si lo hacía desde el puerto de Sagunto, en ir a Teruel y regresar, dieciocho horas para llegar, otras tantas para retornar. La campaña fue intensa, se trataba de crear opinión, de ganar adeptos, de concienciar a la nación. De hecho, hasta periódicos extranjeros se hicieron eco de la misma. Marín era un hombre de mundo y conocía el poder de la prensa para lograr sus objetivos. Así, en Le Figaro (9-1-1895) leemos: “A Teruel, dans l’Aragon, le maire a été trés acclamé á la suite des démarches faites par lui pour arriver à ce que le nouveau chemin de fer de Valence à Calatayud passe par la ville immortalisée par les “amants de Teruel” qui ont inspiré tant de romans et de pièces de théâtre.
            Ce maire, qui devient une personnalité en vedette, dont les efforts pour le bien de sa contrée sont très vantés, n’est autre que l’ancien ténor Marin; et sa femme, qui partage avec lui la reconnaissance du département, n’est autre que la célèbre Volpini!

            La maison du président du Conseil municipal est pleine de couronnes et de souvenirs de tous les publics d’Europe…”
            Hacia finales de 1895, ante sus persistentes dolencias se trasladó a Madrid para recibir tratamiento. Desgraciadamente no dio resultado y el 27 de julio de 1896 moría Andrés Marín, la voz que triunfó en el frío, el alcalde que consiguiera el tren para Teruel.

domingo, 24 de julio de 2011

ANDRÉS MARÍN Y ESTEVAN (1843-1896): ALCALDE DE TERUEL (IV)

SU PARTICULAR ÍTACA, MARÍN ALCALDE DE TERUEL.
La Volpini, mujer de Marín
            Andrés Marín siempre  fue un turolense que ejerció como tal. A pesar de tener múltiples residencias –en Madrid, Zaragoza o París, por citar algunas-, él siempre quiso volver, por eso a finales de 1877 comenzó a construirse una lujosa casa en la masía que compró –conocida entonces y ahora como la masía del Cantor-, con la finalidad de pasar largas temporadas de descanso en las que aprovechaba para preparar el repertorio de sus futuras actuaciones, residir esporádicamente cuando se le llamaba para  actuar en espectáculos benéficos de todo tipo e, incluso, fijar su domicilio a partir de su definitivo abandono de los escenarios en 1890, tras la muerte de su amigo del alma, Julián Gayarre.
            Marín nunca olvidó sus orígenes turolenses ni a sus paisanos y en todo momento acudió a su llamada cuando fue requerido por ellos, sin importarle las enormes distancias que debía recorrer en diligencia ni los peligros de los caminos, pues en esa época eran frecuentes los bandoleros. A este respecto, Serrano Josa relata una mítica anécdota que recuerda a otra que inspirara a Sabina su popular canción “Pacto entre caballeros”, es la siguiente: “… Un día han parado la diligencia que lo traía a Teruel. ¡Alto la diligencia!, dijo una voz bronca entre Cella y Caudé, mientras rodeaba el carruaje cuatro feroces bandoleros que amenazaban con sus trabucos naranjeros. ¡Alto!, hemos dicho, y que se apee Andrés Marín. Este baja sereno y arrogante como si se adelantase a las candilejas en días de triunfo: “aquí me tenéis”. Y el capitán de los bandidos, más turbado que él, le da la mano y le cuenta que un día uno de los bandoleros, por la carretera de Madrid, quitó a una pobre vieja, la madre de Andrés Marín, las medallas que ahora le devolvía; pero como no podían verle, esperaron este momento para dárselas. ‘Tú también eres hijo del pueblo –le dijo- y sabrás perdonarnos’. Marín les da las gracias y unas monedas de oro. Y la diligencia vuelve a trotar, pero esta vez con una armonía extraordinaria; unas lágrimas se le escapan a Andrés Marín mientras canta un aria que llega hasta el campo, donde se van desdibujando las siluetas de los bandidos”.
            Sea o no verdadera la historia, lo cierto es que Marín siempre acudió a la llamada de sus paisanos cuando se produjo. Lo hizo para cantar en los funerales del profesor de música Alejandro Lázaro, rindiéndole como mejor sabía su póstumo homenaje.
            En abril de 1882 lo encontramos participando en la velada literaria celebrada en honor a Cervantes por la Sociedad Económica turolense de amigos del País. En un teatro engalanado para la ocasión cantó el “Aria” de El Trovador y el “Ave María”, entre otras muchas piezas. Como curiosidad diré que este teatro estaba ubicado en las antiguas casas de José Luis de Santángel, más tarde cambras del trigo del Concejo turolense. En la actualidad es el edificio de Correos y Telegráfos de la ciudad.          
            De igual forma, con motivo de la inauguración de la Casa de Ancianos Desamparados, el 27 de septiembre de 1883, cantó en la velada literario-musical que se organizó al efecto. A finales de este mismo año, en su casa de San Blas, estudiaba y preparaba en profundidad Los Puritanos, que iba a interpretar próximamente en los teatros Víctor Manuel, de Palermo, y en el Donizetti, de Bérgamo; sin embargo, a pesar de los diferentes telegramas que recibió urgiéndolo para que acudiera a cantar, se hizo de rogar, no le gustaba que italianizaran su nombre y le llamaran Marini, por lo que no acudió a cumplir sus compromisos hasta 1885, cuando rectificaron  y lo llamaron Marín.
            El 29 de enero de 1885 tuvo lugar en Teruel una actuación múltiple para recaudar fondos con los que ayudar a los damnificados por los terremotos producidos en Málaga y Granada, en la que, como no, también participó nuestro tenor dando lo mejor de sí mismo.
            Tras la epidemia de cólera que asoló Teruel durante el verano de 1885, con más de 5.114 muertos en la provincia, varios cientos de ellos en la capital, se aprestó a cantar el 17 de septiembre en la catedral, con motivo de la celebración de un solemne Te Deum, unos días más tarde, el 22, lo hizo en la iglesia del Salvador, en la que cantó un Stabat Mater del maestro de capilla Eusebio Subero bajo su misma dirección.

miércoles, 20 de julio de 2011

ANDRÉS MARÍN Y ESTEVAN (1843-1896): ALCALDE DE TERUEL (III)

UNA AMISTAD FRATERNAL
            De origen humilde como Marín, se conocieron en el Conservatorio, donde surgió una amistad profunda, fraternal y sincera que había de durar el resto de sus vidas y que sobrevivió a los habituales celos y rivalidades artísticas tan propias de este mundo del bel canto. Compartieron escenarios en diferentes teatros del mundo e incluso nuestro paisano formó parte de la compañía de Gayarre con la misión de sustituirlo en caso de enfermedad. Así, lo encontramos en el banquete de despedida que el navarro ofreció en Lhardy el 2 de marzo de 1886 a sus familiares y amigos más íntimos (Barbieri, Arrieta, el empresario del Teatro Real en esos momento, conde de Michelena, Marín y su mujer, etc.) tras la conclusión de una exitosa campaña en la capital y dispuesto para salir a conquistar París.
            Con ellos partió el turolense. La temporada en el Teatro de la Ópera fue tan exitosa como exigente para Gayarre, duró hasta Pascua de Resurrección y se cantaron las óperas La Africana, Los Puritanos, Lohengrin y Tanhauser. Después viajaron a Londres, donde en abril los encontramos viviendo juntos en Bedfort-Scuare, 13, con ellos estaba  también el ya citado empresario José Lago. La temporada del Covent-Garden iba a comenzar, pero Gayarre, fatigado por la dureza de la campaña de París, cayó enfermo. A este respecto, Julián Enciso, amigo, biógrafo y testamentario del navarro, que vivió junto a ellos esta difícil situación, tras reconocer que Marín y Lago eran sus mejores amigos, describía al turolense de la siguiente manera: “Andrés Marín, excelente tenor muy aplaudido en los primeros teatros de Europa, franco y leal como buen aragonés, alegre y decidor, era un carácter y un genio, el más a propósito para simpatizar con Gayarre…” Y prosigue relatando cómo Marín le daba ánimos al amigo enfermo, “lo tuyo son aprensiones”, le decía, y bromeaba con él y le contaba historias divertidas de su vida en el campo en su añorado Teruel, como la de Selika, una burra blanca que tenía en su masía de San Blas a la que bautizó con el nombre de la protagonista de la ópera La Africana. El turolense lo sustituyó  en el escenario durante todas las representaciones del mes de junio e incluso algunas más, salvando la temporada londinense con su presencia. Las óperas interpretadas fueron Lucrecia Borgia, Los Hugonotes y Un ballo in machera           
            Hoy por ti y mañana por mí. Este refrán lo aplicaron los dos grandes tenores en todo momento de su vida. Así, en octubre de 1886, Marín y su mujer, junto con otros grandes cantantes (Carolina Cepeda, Luisa Fons, Emilio Methelio, Pablo Meroles, Carlo Callioni, Blanchard, Remartínez y Osta) habían vuelto a crear una compañía de ópera italiana con el fin de recorrer la geografía nacional cantando en los principales teatros de provincias, de manera que el 13 de noviembre debutaron en el Teatro Cervantes de Málaga y tras recorrer diferentes capitales, entre ellas Valencia, recalaron el 19 de marzo de 1887 en Alicante. La primera función iba a ser Lucrecia Borgia, pero por indisposición de una de las intérpretes –Carolina Cepeda-, fue sustituida por El Trovador, continuaron con Los Hugonotes –dado su éxito se repuso un día más-, Lucía de Lamermoor, Fausto y Un ballo in maschera. En ninguna de ellas tomaron parte ni Marín ni su mujer, por lo que deducimos que ya no cantaban, sino que más bien se dedicaban a gestionar la empresa, pero sabemos de su presencia porque todos los biógrafos de Gayarre señalan que puesto que el público se había manifestado ansioso por escuchar al navarro, Marín en su condición de empresario escribió a su amigo  requiriendo su presencia en Alicante, el cual, recién acabada la temporada en el Real, no lo dudó ni un momento y viajó sin dilación en compañía del gran barítono Eugenio Labán para ofrecer al público alicantino dos interpretaciones memorables de Lucrecia Borgia y La Favorita. A decir de Enciso fueron ocho días inolvidables para Gayarre en compañía de su amigo Marín.
             Marín había iniciado su declive, en aquel tiempo no se cuidaba la voz como en la actualidad y las carreras artísticas, tremendamente exigentes para la voz, eran mucho más efímeras. Sin retirarse por completo de los escenarios, distancia cada vez más sus actuaciones, prácticamente vivía de las rentas retirado en Teruel. Tan solo esporádicamente viajaba a Madrid, pero en diciembre de 1889, sabedor de que su amigo del alma estaba enfermo, acudió a visitarlo y a entretenerlo. Así, como dice otro de los grandes biógrafos del navarro, Florentino Hernández Girbal, Gayarre pasó con Marín los mejores momentos de sus últimas semanas, pues según relata “le hacía pintorescos relatos de la vida que llevaba y éstos eran los únicos que conseguían arrancarle una sonrisa. Sobre todo cuando le narraba las mil gracias y habilidades de una burra blanca que tenía para las faenas del campo y a la que había puesto por nombre Sélika, como la tiple de La Africana.
-¡Tendrías que verla! –le decía-. Es más inteligente que muchas personas. Honra a su clase. Entiende todo lo que se refiere a su oficio; tanto si le piden que vaya a la derecha como a la izquierda, o que corra o se pare. Sabe pedir de comer de una manera que no admite dudas, y cuando no conoce a quien la monta, se echa y no hay quien la levante. ¡En Teruel es más popular que el alcalde, y que perdone éste la comparanza! ¡El verano que menos lo pienses, me voy montando en ella hasta Roncal para que la conozcas!...”
            El 2 de enero de 1890 moría en Madrid Gayarre. La prensa nacional se hacía eco del llanto de Marín en su funeral. Enciso nos presenta al turolense llevando una de las cintas de su ataúd, junto con Barbieri, Arrieta y otros amigos En ese momento tomó la firme decisión de no sobrevivirle artísticamente. Abandonó los escenarios como profesional y se recluyó definitivamente en Teruel, apetecía la tranquilidad de su masía de San Blas y quería disfrutar de la compañía de su esposa y de las gentes de su tierra.

lunes, 18 de julio de 2011

ANDRÉS MARÍN Y ESTEVAN (1843-1896): ALCALDE DE TERUEL (II)

                                                                   EN EL TEATRO REAL DE MADRID
                En la temporada 1881/82 se dio una gran animadversión del público hacia el empresario del Teatro Real, señor Rovira, debido a un aumento desmesurado de los precios de las localidades, sobre un 30%, hecho que produjo una baja masiva en los abonos y en la afluencia al coliseo. Además, el público madrileño era uno de los más exigentes de Europa y Gayarre, que en la temporada precedente había tenido una relación tormentosa de amor odio con el mismo (en especial con el empresario), presagiando una temporada movida y hostil, se negó a cantar en la mencionada temporada manifestando, como recoge la prensa de la época “…que no vendría en 1881 a Madrid; conocedor de las veleidades de nuestro público, no ha querido ser víctima de ellos, dejando el puesto a diferentes artistas que hagan apreciar mejor el mérito del egregio artista navarro”.
            Antonio Aramburo fue uno de los tenores elegidos para sustituirlo, pero ya desde el comienzo de la campaña se las tiene tiesas con la dirección de la empresa y quiere rescindir su  contrato, como ya lo hiciera otro de los tenores, el polaco Ladislav Mierzwinsky. Sin embargo, cantó aceptablemente su primera ópera, La fuerza del destino. Las cosas se torcieron más en la segunda, Rigoletto, y alcanzaron el escándalo con El Trovador, donde protagonizó una de sus ya mencionadas espantadas, así, ante sus injustificadas indisposiciones, fue sustituido por Marín en alguna representación.
            El turolense debutó cantando con profesionalidad El Profeta, pero como reseñaba algún crítico, los prejuicios del público madrileño eran evidentes: “Inútil es decir que los espectadores del teatro Real se habían constituido en jurado inexorable, dispuesto a pronunciar su veredicto por la impresión que en primer momento les produjo el nuevo artista […], que se presentaba luchando con el recuerdo de Gayarre en el dificilísimo papel de ‘Juan de Layde’. El efecto que el artista español nos produjo fue excelente. Tiene voz hermosa y de excelente timbre, canta con gusto y delicadeza y frasea perfectamente…” Pero los espectadores más intransigentes pagaron con el turolense su frustración por la ausencia de su ídolo: ” Preciso es confesar, además, que la conducta de los espectadores, o de una parte de ellos por lo menos, contribuyó a aumentar los temores del cantante. En el raconto y aria del segundo acto se hizo aplaudir calurosamente por la mayor parte del público, que a pesar de los chicheos y protestas de otra parte de los espectadores, le hizo salir repetidas veces a la escena…”  En general, la prensa denunció esa injusticia en términos como los siguientes: “No terminaremos esta reseña sin condenar el sistema que para juzgar a los cantantes ha tomado una parte del público del teatro Real. En las primeras representaciones deben desecharse ciertas manifestaciones que perturben a los artistas, impidiendo que sean juzgados con la imparcialidad de que debe dar siempre muestra un público culto y sensato”.También hubo críticos intransigentes que se cebaron con el turolense con palabras tan duras como las siguientes: “El tenor Marín, que en sus tiempos tuvo buena voz, está ya en decadencia; engola todas las notas, amén de arrastrar la voz cuando quiere subir; recita con frialdad; desafina con frecuencia; está en escena tieso como un centinela prusiano, y cuando se le ocurre moverse, parece un aficionado de teatro casero”. Otros, sin embargo, se muestran a nuestro juicio más ecuánimes y no castigaron en la interpretación de nuestro paisano la ausencia de Gayarre, así leemos:”… es menester manifestar que la actitud de una parte del auditorio con un virtuoso como Marín me parece injusta y cruel. Posee aquel dotes y cualidades que deben asegurarle aplauso y aceptación, excelente escuela de canto, buena figura, modales elegantes y finos, forman un conjunto raro entre los tenores actuales, y le conquistan elevado puesto en la escena moderna”. De hecho, de su interpretación en Guillermo Tell,  algún crítico alabó su actuación con palabras tan justas como las que siguen: “Triunfar allí donde su antecesor electrizaba (se refiere al ya mencionado con anterioridad, Enrico Tamberlick) al auditorio, es doble triunfo y altamente glorioso”.
            En conclusión podemos decir que Marín se comportó como un profesional y cumplió con sus obligaciones cantando durante esa temporada en veinticinco funciones. Las óperas en las que intervino fueron Guillermo Tell, Roberto el diablo, El Profeta, El Trovador y Linda de Chamounix.
            A comienzos de 1882, partió para Italia con la compañía de ópera que había de actuar en la Scala durante la temporada de Carnaval y Cuaresma, cantando las óperas El Trovador y Lucía.
            Después de Milán, regresó a España, para posteriormente partir hacia Londres, donde volvió a cantar con Adelina Patti. Más tarde regresó al Teatro Real de Madrid donde el 5 de octubre cantó Linda, en la que tuvo que repetir la romanza del tenor a petición del público; sin embargo, algunos críticos parece que vieron otra representación, pues dijeron, “el Sr. Marín, que es un tenor de fuerza y desempeñaba su papel de tenor de gracia, no logró agradar al público, que en alguna ocasión le manifestó su disgusto”.
            El 3 de enero de 1883, se encontraba de nuevo en Milán, donde volvió a ser ‘Manrico’ en El Trovador, compartiendo cartel con el barítono Napoleón Verger (Conde di Luna) Emma Turolla (Leonora), Adelina Paschalis Souvestre (Azucena), Luciano (Lorenzo), Lombardelli (Ferrando), bajo la dirección de Franco Faccio. El resto del año lo pasó en Teruel, renunciando a algunos compromisos, en especial en Italia (Palermo entre otras localidades), por encontrarse enfermo.
            En marzo de 1884, junto con su mujer y Verger, crearon una compañía de ópera para actuar en provincias compuesta por la soprano Maria Mantilla, el tenor Oreste Capelleti, el también tenor Guglielmo Rubis, el bajo Pablo Meroles, Incera, y Pignolosa. El matrimonio se dedicaba a ejercer de empresarios, participando esporádicamente si era necesario en determinadas funciones o en títulos representativos de su repertorio. Tenemos constancia de que actuaron en el mes de abril en Murcia con un éxito importante cantando El Trovador, Lucía y La Traviata. En mayo lo hicieron en el  teatro Principal de Alicante, debutando con El Trovador, en cuyos principales papeles encontramos a Marín, Verger y María Mantilla, esta soprano será la estrella de la gira (parece ser que esta cantante tenía una hija no reconocida de Julian Gayarre, a la cual dejó en su testamento la cantidad de 25.000 duros). Marín también cantó Lucía con la soprano ligera Incera y el bajo Pignolosa. Su éxito más destacado en esta localidad fue La Traviata, compartiendo cartel con su mujer y con Verger. Después cantaron en Cartagena (cinco representaciones), Córdoba y en junio lo hicieron en el Teatro Principal de Cádiz, donde cantaron Los Hugonotes y Los Puritanos, recibiendo igualmente grandes aplausos. Más tarde viajaron a Vigo y posteriormente actuaron en el coliseo dos Recreios de Lisboa.

viernes, 15 de julio de 2011

ANDRÉS MARÍN Y ESTEVAN (1843-1896): LA VOZ QUE TRIUNFÓ EN EL FRÍO (V).

Adelina Patti
UNA DÉCADA DE ÉXITOS
                Desde su triunfo en Moscú  a principios de los setenta, alternó su presencia en los principales teatros rusos con actuaciones inolvidables en los más importantes coliseos de las principales ciudades europeas, emprendiendo también su particular aventura americana que le llevó a cantar en el Teatro Tacón de la Habana y en Buenos Aires (¿Teatro Ópera?), entre otros.
            En Londres la temporada de ópera italiana principiaba en Pascua de Resurrección y terminaba a finales de junio. Las localidades principales del Covent Garden costaban a finales de los años setenta aproximadamente una guinea (unos 105 reales; es decir, algo más de 5 duros) en las funciones ordinarias y una tercera parte más o incluso el doble en las de beneficio. En el año 1874 tenemos constancia de su éxito en este teatro mítico londinense interpretando Guillermo Tell, si bien su mayor triunfo se produjo en mayo de 1876 cantando Don Pascuale, en compañía del barítono Antoni Cotogni y del bajo Giuseppe Ciampi, y un tiempo después en un Trovador con un reparto de lujo, en el que figuraban junto con el tenor turolense, la ya mencionada diva Adelina Patti, Francesco Graziani y Sofia Scalchi-Lolli. Destacó también interpretando otras óperas como Martha y Los Puritanos.
            En los años 1875 y 1876 sus éxitos se sucedieron en Italia, donde cantó en la Scala, de Milán y, de nuevo, en La Fenize, de Venecia, contratado por quince representaciones, por las cuales recibió la importante suma para la época de 15.000 francos, tal y como recuerda orgulloso y admirado su viejo maestro de canto del Conservatorio, José Inzenga, que en esos momentos se encontraba viajando por el país y se reencontró con su antiguo discípulo en la cumbre de su éxito, quien lo recordó y homenajeo como merecía.
            Durante el año 1877, se sucederían diferentes giras por Alemania, Polonia (en Varsovia debutó con El Trovador, después interpretó Marta y concluyó con Aida), Austria, Francia, donde a finales de marzo, en el Teatro Ventadour de París, cantó Los Puritanos, acompañando en la noche de su beneficio a la prima donna  Maria Luisa Emma Lajeunesse, conocida como la Albani, cedido durante ocho días por el empresario del Covent Garden de Londres (se trataba de Emest Gye, quien al año siguiente contrajo matrimonio con la soprano), donde se encontraba actuando junto con su amigo Julián Gayarre y el bajo español Juan Ordinas. Marín aprovechó la ocasión para conseguir un contrato para la temporada siguiente por la respetable cantidad de 13.000 francos.
            A finales de 1877 parte para Cuba, escriturado por el Teatro Tacón de La Habana por la nada despreciable cifra para ese momento de 20.000 pesetas al mes. Le acompañaban la mezzo-soprano Emma Viziak, la soprano Storni y el tenor Bardi, quien falleció de fiebres durante la gira. A este respecto añadiremos que en España se propagó el rumor de que también había fallecido la Volpini. Allí, en noviembre, interpretó con enorme éxito a ‘Arturo’, el protagonista de Los Hugonotes, siendo su ‘Elvira’, su compañera Elisa.  Los corresponsales se deshacían en elogios como los siguientes: “En Los Puritanos hizo el tenor Marín su primera salida, justificando desde el primer momento la fama de que venía precedido. Tanto su presencia como su escuela de canto nos recuerda a Tamberlick, a quien procura imitar y de quien dicen es discípulo…” Otras óperas que cantaron fueron La Traviata, Macbeth, Los Hugonotes y Marina. De ahí, tal y como escribía a Gayarre, partió para Buenos Aires. Le notificaba que  tenía una parte en la empresa operística y que habían enviado un parte a Tamberlick, su viejo maestro para que los acompañara, pero tal y como le comenta a su amigo con ese afecto irónico –insolencia- tan propia de la juventud: “el vejete pide demasiado, y no se puede pagar más que un tenor de paga fuerte, y ese soy yo…” Más tarde, regresaron a Londrés, para de nuevo cantar Los Puritanos en el Covent-Garden.
            Cerró el año en el teatro Imperial de San Petersburgo (para entender la importancia de Julián Lago y de la proyección que dio este empresario a los artistas españoles, baste citar que en la compañía de ópera italiana de esa temporada figuraban ocho españoles: junto a Marin y Volpini estaban las sopranos María Mantilla y Carolina Cepeda, los barítonos Antonio Huguet y Mariano Padilla, el bajo Juan Ordinas y el maestro Juan Goula).

ANDRÉS MARÍN Y ESTEVAN (1843-1896): ALCALDE DE TERUEL (I)

                                                                                                ELISA MARGARITA VILLAR Y JURADO,  LA VOLPINI.
            Una de las cantantes más brillantes del siglo XIX fue Elisa Margarita Villar y Jurado, más conocida como Volpini, nació en Madrid en 1835, contrajo matrimonio con el afamado tenor Ambrosio Volpini abandonando su incipiente  carrera artística para dedicarse a su familia. Un día, establecidos en Méjico, ante la ausencia de una importante contralto, el teatro en el que actuaba su marido, sin posibilidades para sustituirla, debía proceder a cancelar las representaciones, Elisa, que conocía la partitura, se brindó a cantarla y lo hizo con solvencia. Su marido vio en ella excelentes dotes, por lo que consideró la posibilidad de que volviera a los escenarios y reanudó él mismo su formación. Tras el triunfo en Méjico, actuó también en La Habana y después en los principales teatros de Europa: París, Barcelona, Lisboa, Londres, Viena, Hamburgo, Madrid, Moscú, San Petersburgo,  y un largo etcétera.
            Como hemos visto, Marín y Elisa se conocieron en el debut de la soprano en el Real de Madrid en el año 1865. A partir de ese momento coincidieron en diferentes escenarios internacionales (Moscú, La Habana, Londres, etc.) y tras el fallecimiento del tenor Volpini podemos afirmar sin temor a equivocarnos que eran pareja de hecho y viajaban juntos por todos los teatros de Europa, incluso en el año 1878 barajaron la posibilidad de crear una compañía de ópera italiana estable en Madrid con la Patti, Nicolini y Faure, pero el proyecto, demasiado ambicioso no cuajó.
            En marzo del año 1879, Marín y Elisa se incorporaron a la compañía del Teatro Real en sustitución de Gayarre y la Vitali, para salir de gira por España. Así, en abril actuaron en el Teatro San Fernando de Sevilla, acompañados por Aramburo. Obtuvieron grandes ovaciones en Lucía y Los Puritanos, y nuestro tenor también en El Trovador (si bien algún crítico local censuró su intervención), donde acompañó a la contralto Elena Sanz, en la que quizá fuera una de sus últimas actuaciones –o la última-, pues era la amante de el rey Alfonso XII, de quien tendría su primer hijo al año siguiente. Posteriormente, a finales de año, tras rescindir su contrato con el Real de Madrid, salieron para San Petersburgo contratados por cinco meses, donde, como veíamos, llegaron a ser verdaderos ídolos.
            En abril de 1880 volverían a Buenos Aires. Allí el turolense estrenaría una bella romanza para tenor y orquesta, “Tutto muore”, compuesta expresamente para él por  Francisco A. Hargreaves, compositor bonaerense de ascendencia estadounidense, iniciador de la música autóctona argentina. Su presentación al público se produjo con la ópera Los Puritanos y según el periódico El Porteño, “el éxito fue completamente satisfactorio”, de la Volpini señalaba “que si no la poderosa voz de antes, conserva su admirable habilidad para manejarla, logró grandes aplausos y calurosas ovaciones en la polaca del primer acto y en el rondó del segundo”. Por su parte, de Marín señalaba que “electrizó al auditorio en el cuarteto y en el dúo final de la ópera”.
Marcella Sembrich
       A su regreso de tierras americanas, el 28 de noviembre de 1880, en la Parroquial de San Martín de Madrid contrajeron matrimonio, Marín tenía 37 años y Elisa 45. Ese mismo año también se casaría el barítono que tantas veces había actuado con Marín y, sobre todo, con Elisa, Napoleón Verger, quien contrajo matrimonio con la hija de esta, Rosa Volpini, convirtiéndose de esta forma en hijo político de nuestro tenor.
            Parece ser que la gira por América de 1880 le llevó a incumplir parcialmente el contrato que tenía suscrito con el Covent Garden (había firmado con la empresa el año anterior por tres temporadas), de manera que en septiembre la justicia británica lo condenó a indemnizar al mencionado coliseo con la nada despreciable cantidad de 10.000 pesetas. Sin embargo, esta embarazosa situación no impidió que regresara a ese escenario en el año 1881, acompañando a un elenco de lujo entre los que estaban Nicolini, Gayarre, Patti, Albani, Sembrich y un largo etcétera de grandes cantantes (sin duda los mejores del momento). Así, en mayo cantó con la jovencísima Marcella Sembrich –en esos momentos adorada por el público londinense y una de las mejores soprano coloratura del mundo- y el barítono Sante Athos, una Lucía memorable, pero su éxito fue mayor,  si cabe, en el estreno  que se produjo en junio en ese mismo escenario  de la ópera del maestro ruso Anton Rubinstein, El Demonio, compartiendo cartel con la Albani, LaSalle y Rezcké, dirigidos por el propio compositor.
            El año lo cerraría  formando parte de la compañía creada para cantar en el teatro de la Scala de Milán.

sábado, 9 de julio de 2011

ANDRÉS MARÍN Y ESTEVAN (1843-1896): LA VOZ QUE TRIUNFÓ EN EL FRÍO (IV)

             EL TENOR DE LA CORTE DE LOS ZARES: LA VOZ QUE TRIUNFÓ EN EL FRÍO.    



TAMBERLICK


             En octubre de 1869 debutó en el gran Teatro Imperial Italiano de Moscú, pero su verdadero descubrimiento se produjo en la temporada del año siguiente acompañando de nuevo al tenor Tamberlick y, como no, a Elisa de Volpini. El mismo Tamberlick, un verdadero divo en esos momentos como ya hemos señalado, en carta a José María de Goizueta, prestigioso crítico musical, elogiaba a nuestro tenor en los siguientes términos: “[…] tenemos aquí a la Volpini, que gusta muchísimo; un director de orquesta español, un tal Goula, que es un verdadero talento; pero quien me ha sorprendido realmente es el tenor Marín. Lo he oído en Los Puritanos (asómbrate, en Los Puritanos), y te juro que me ha gustado sobremanera: el público le aplaude con favore y con justicia. Repite el cuarteto y le piden siempre la repetición de la cavaletta, vieni fra  queste braccia. En fin, tiene asegurada su carrera; el timbre de su voz es magnífico, y canta muy bien”. Proféticas palabras que el tiempo se encargaría de confirmar.
            En  el triunfo y consolidación de Marín en Rusia tuvo mucho que ver el conocido entre los cantantes españoles como Bismarck, “El Gallego”,  alias familiar por el que era conocido el empresario musical José Lago, un hombre extraordinario y singular que llegó a ser como un padre para muchos de ellos, caso de Gayarre y de nuestro tenor, que en estas fechas desempeñaba el puesto de director artístico de los teatros imperiales de Moscú y San Petesburgo, con gran influencia también en el Covent-Garden y la Scala, así como en otros prestigiosos coliseos mundiales que con frecuencia solicitaban sus servicios para la formación de las grandes compañías y para la dirección de los más fastuosos espectáculos. Ningún artista español le ponía condiciones, en cuanto recibían un telegrama suyo indicando un teatro, allí estaban sin preguntar nada, seguros de que Lago había defendido a la perfección sus intereses. Como muestra de su influencia y de su nivel de aceptación entre los cantantes nacionales (también entre los internacionales), valga el siguiente ramillete de divos que reunió en la temporada de 1874 en el Teatro Imperial de San Petersburgo: Adelina Patti, Elisa de Volpini, Emma Albani, Alice Urban, Marie Leon Duval, Anna D’Angeri, A. Dalverti, Rosina Penco (sopranos); Sofia Scalchi-Lolli y Alice Bernardi (contraltos); Ernesto Nicolini, Emilio Naudín, Julian Gayarre,  Jaime Sabater, D. Jilleboru, E. Escarabelli y Andrés Marín (tenores); Antoni Cotogni, Giacomo Rota, J. Mendroros  (barítonos), entre otras muchas más figuras de la música y del canto.
            De esta forma inició Andrés Marín su estancia en la Rusia imperial de los zares –considerada incluso por él mismo como su segunda patria-, donde llegará a convertirse en uno de sus interpretes favoritos. Parece ser que sus cualidades para el canto se veían reforzadas en un clima frío como aquel, su facultad de adaptación al medio -sin duda debida a su condición de turolense-, le llevaron a triunfar plenamente en este país, donde otros muchos fracasaban por las duras condiciones climatológicas que debilitaban sus gargantas hasta enfermar. Casi con toda seguridad Marín fue el cantante extranjero que más tiempo actuó en Rusia –más de diez años- y, según se decía, nunca se le engoló la voz.
            Fueron varias las temporadas en las que el turolense ocupó un lugar de privilegio en los carteles. Así, en febrero de 1871 fue muy aplaudido en la ópera Dinorah, de Meyerbeer, en cuya partitura destaca por su dificultad la parte del tenor.
            En la temporada de invierno de 1872 compartió cartel con Adelina Patti, Christine Nilsson, Paulina Luca, Elisa Volpini, Matilde Mallinger, Sofia Schalchi-Lolli, Ernesto Nicolini, Emilio Naudin, Antoni Cotogni, Francesco Graziani, Gaetano Campi,  Gagaggioli, y otros muchos cantantes de primer orden. Como anécdota señalaremos que el zar subvencionaba las funciones de ópera con 40.000 duros, que las butacas de las seis primeras filas costaban 10 –cinco las demás-, que la Patti cobraba 40.000 francos al mes, la Nilsson 33.000, Volpini 22.300 o Graciani 20.000 (el salario de Marín debía rondar esta cifra). Sobre este viaje hemos encontrado el testimonio del corresponsal de La Época en París, que firmaba como Asmodeo, en el que se constataba que Elisa y Marín eran ya pareja de hecho, así leemos: “En el gabinete de Mr. Verger (empresario del teatro parisino LaSalle Ventadour, hermano del barítono Napoleón Verger, que cantaba con Elisa desde hacía años y que terminará casándose con una de sus hijas), conocí ayer a un tenor español, que con la Volpini y Padilla forma una trinidad gloriosa. Llámase Marín, -y Marini ahora-, siendo muy principiante cantó como comprimario en el teatro Rossini, de los Campos Elíseos, y en el Real durante la empresa del Sr. Del Saz Caballero. Desde entonces acá se ha transformado completamente y hoy día es una celebridad europea. Mañana (25 de septiembre), en compañía de la Volpini, sale para San Petersburgo, donde va contratado por tercera vez, y por quinta su simpática compañera, quien este invierno cantará al lado de la Patti y de la Nilsson…” El corresponsal concluye  reseñando que al finalizar su campaña “vendrán ajustados por dos últimos meses de la temporada” al teatro de la ópera italiana de París, LaSalle Ventadour.
            El 8 de diciembre de 1876, tras cantar en otoño en Londres, protagonizó una velada de ensueño en el Teatro Imperial de Moscú, donde cantó la parte de Radamés de Aida junto con la gran soprano española, de origen italiano, Adelina Patti (de ella se dice que pasó a la historia no solo como la mejor soprano de su generación, sino también como la cantante mejor pagada de la historia), y el gran barítono Mariano Padilla.       
            El 19 de diciembre, volvió a protagonizar un nuevo y resonante éxito con la ópera verdiana Don Carlos. El reparto era todo un lujo para la época: Don Carlos (Andrés Marín); Isabel (Teresa Stolz); Marqués de Posa (Mariano Padilla); Éboli (Annie Louise Cary); Felipe II (Mamet); Gran Inquisidor (Cesare Bossi). Todas las intervenciones de Marín fueron muy ovacionadas, pero de manera especial lo fue la última, su dúo de despedida con la Stolz.
            Pascual Serrano Josa cuenta que una noche en la que iba a cantar con Adelina Patti la ópera buffa de Donizetti, Don Pascuale, esta se indispuso, cosa por otra parte, como hemos señalado, frecuente en aquellas latitudes, por lo que la representación se interrumpió durante unos minutos, viendo que no podía continuar y que el mismo Zar Alejandro III presidía la representación, la Dirección de los Teatros Imperiales –José Lago- consultó al tenor turolense y este ofreció una fácil solución: con ellos se encontraba también contratada para esa temporada la señora Volpini, que conocía a la perfección la obra y podía continuar con la misma. La química entre los cantantes fue absoluta y el éxito apoteósico.
            Parece ser que la noche dedicada al beneficio de nuestro tenor constituyó otro acontecimiento de imperecedero recuerdo. En palabras de Serrano Josa, ”llegado el momento de hacer que cantase el tenor canciones de su país, sonó la jota en Rusia de la manera más artística y emocional que pudiera acaecer. El famosísimo músico ruso Glinca, autor de la ópera La Muerte por el Zar, había recorrido España, y fruto de este viaje compuso varias obras musicales, como la titulada “Una noche en Madrid” y “Motivos de jota”. Se interpretó esta obertura, y llegado al canto de la jota, Marín hizo poner al teatro en pie y se repitieron los bravos y las ovaciones más calurosas…”
            Otras óperas con las que alcanzó éxitos importantes en Moscú y San Petesburgo fueron El Trovador,  Linda de Chamonix y Guillermo Tell.

jueves, 7 de julio de 2011

ANDRÉS MARÍN Y ESTEVAN (1843-1896): LA VOZ QUE TRIUNFÓ EN EL FRÍO (III)

                                                              CAMINO DEL ÉXITO
En septiembre de 1866 y hasta marzo de 1867 estuvo en Portugal, donde, según la Chronica das theatros, formaba parte como segundo tenor de la compañía de cantantes que había de actuar esa temporada en el Real Teatro de San Carlos, cuya prima donna, casualidades o no de la vida, era Elisa de Volpini. Debutó el 1 de octubre con la ópera Macbeth, de Verdi, acompañando en escena a la ya mencionada soprano Inés Rey-Balla.
            En el invierno de 1867 y la primavera de 1868, nuestro paisano fue contratado como tenor comprimario por la casa Toffoli y compañía, de París, para actuar respectivamente en el Teatro Real Covent-Garden, de Londres y, de nuevo, en el Real Teatro de Lisboa.
            Para la temporada de otoño de 1868, se encontraba en el Teatro Comunale de Bolonia, en el que debutó con éxito en la ópera de Fromental Halévy, La Hebrea. Después interpretó al conde Almaviva en  El barbero de Sevilla.
            En 1869, Andrés Marín consiguió nuevos triunfos en Italia, concretamente en el bello y recoleto teatro La Fenize, de Venecia, conocido popularmente como “La Bombonera”, donde obtuvo un importantísimo triunfo con la ópera Marta, de Fiedrich von Flotow, y con la ópera bufa Chi dura vince, de Luigi Ricci.

domingo, 3 de julio de 2011

ANDRÉS MARÍN Y ESTEVAN (1843-1896): LA VOZ QUE TRIUNFÓ EN EL FRÍO (II)

                                                                                    UN COMIENZO DIFÍCIL.  MADRID: FRACASOS Y FORMACIÓN
            Como hemos anticipado, Andrés Marín se inició de forma decepcionante en el mundo de la zarzuela. Debutó con un estrepitoso fracaso el 4 de diciembre de 1858 en el Teatro de la Zarzuela (conocido entonces como Teatro Jovellanos) con la ópera cómica, El Dominó Negro, del compositor francés Daniel Aubert y letra de Scribe, adaptada por Antonio Arnau, quien ocultó su nombre, por lo que fue presentada por Luis Guerra como de traductor anónimo. El joven cantante turolense fue contratado por orden del actor, director de escena, empresario y socio del teatro -junto con Calleja, Gaztambide, Olona, Oudrid, Inzenga, Hernando y Barbieri- Francisco Salas. Su ejecución constituyó lo que en la jerga operística se denomina un verdadero fiasco, recibiendo severas críticas del cariz siguiente, presente en el periódico La Iberia:La Santamaría, que tiene verdaderas dotes de artista, no nos satisfizo anoche por completo: verdad es que el tenor Marín es capaz de hacer quedar mal a toda la compañía. No sabemos como el señor Salas nos presenta cantantes tan inferiores como el tenor Marín, que casi nos hizo desear al tenor Azula. El público dio a este cantante marcadas muestras de desaprobación.” Fracaso debido sin duda a las carencias de una formación musical incompleta y a una nula preparación teatral.
            Intuimos que, a pesar del tropiezo, esta presentación en Madrid tal vez le sirviera para que algún entendido –además de Salas, ¿Hilarión Eslava o Román Jimeno?- viera posibilidades en el joven y le aconsejara seguir educando su voz.
            Durante estos titubeantes comienzos, ya lo hemos señalado,  cantaba en iglesias para bodas y funerales y combinaba estas actuaciones con esporádicas colaboraciones no demasiado exitosas con diferentes compañías de zarzuela que viajaban por provincias. Así, tenemos constancia de que en 1861 lo hizo con una de ellas a Santander y en 1862 con otra a Córdoba, actuaciones de supervivencia que le hicieron comprender que debía seguir con su formación musical si quería llegar a triunfar, por eso, ese mismo año ingresó por oposición en el Real Conservatorio de Música y Declamación de Madrid, cuyo cuadro de profesores estaba integrado por nombres tan relevantes como el del ya citado Hilarión Eslava, quien pronto sería su director, el violinista Jesús Monasterio, el compositor y director de orquesta Joaquín Gaztambide, el musicólogo Baltasar Saldoni, el considerado como padre de la zarzuela española Francisco Asenjo Barbieri, el ilustre compositor Emilio Arrieta, el también reconocido compositor e insigne organista, Román Jimeno y, sobre todo, en especial en lo que hace al caso de la formación de nuestro tenor, el también gran compositor José Inzenga y Castellanos, su maestro de canto.
            Tenemos constancia de que en los cultos del mes de María, solía dirigir el coro de la iglesia de Santo Tomás  el citado Román Jimeno, en ellos oyó cantar  a Marín, y le agradó tanto su voz que le encargó el papel de contralto de unos suntuosos funerales que tuvieron lugar en la iglesia de San Martín. Su ejecución fue perfecta, por lo que su maestro lo gratificó con media onza de oro. Quizá fuera este su primer éxito constatado. Durante esta época también participaba en los coros del Teatro Real, donde cobraba dos pesetas por actuación, y cantaba en recitales particulares en casas de prohombres de la capital.
            El 22 de junio de 1864 obtuvo el premio fin de curso del Conservatorio en su modalidad de canto, ex aquo con otro alumno, Francisco Castillo. Figurando como su maestro el citado José Inzenga.
            Al año siguiente, en 1865,  ingresó en el Real Conservatorio el que con el tiempo llegaría a ser tenor de tenores, Julián Gayarre, iniciándose en ese mismo momento una profunda amistad que habría de durar el resto de sus vidas. Continuó cantando en coros o participando con pequeñas intervenciones escénicas, como la que tuvo lugar con la Sociedad  Artístico Musical de Socorros Mutuos (Asociación para la promoción musical creada por el maestro Barbieri, que se hizo cargo del Teatro Real), en marzo de ese mismo año. Al mes siguiente, en abril, lo hizo en el Liceo Piquer, un pequeño teatro en el que obtuvo un cierto éxito interpretando las partes musicales  de las comedias en un acto Una apuesta y No siempre lo bueno es bueno. Del 12 de mayo hasta el 30 de septiembre cantó como tenor comprimario en la compañía de ópera italiana que actuaba durante ese verano en el Teatro de los Campos Elíseos –Teatro Rossini-, situado en el Retiro, compartiendo cartel con el primer tenor, ya consagrado en multitud de escenarios de todo el mundo, Enrico Tamberlick y bajo la dirección del maestro Gaztambide.
            Al comienzo de la temporada de ópera del Teatro Real de 1865, algunos críticos musicales mostraron su malestar por la falta de cantantes de fuste en el cartello confeccionado para la misma, que iba a tener lugar el 10 de octubre, y denunciaban al empresario Caballero del Saz por presentar una compañía mediocre, cuestión por la cual criticaron con dureza el escaso peso de los interpretes de la primera obra anunciada, La Africana, de Meyerbeer, entre los que figuraba Marín en el papel secundario de  ‘D. Álvaro’. El empresario, con ánimo de acallar las críticas suscitadas, abrió las puertas del teatro a la prensa y al público para que presenciaran algunas partes de los ensayos generales previos, con la pretensión de deslumbrar a los presentes con la fastuosidad de los decorados, el lujo de los trajes de época y la impresionante orquesta de más de cincuenta músicos dirigida por el maestro Bonetti, tratando de esta manera no solo de suavizar los recelos, sino de complacer y justificar el retraso del estreno de la obra que ese mismo día, domingo 10 de octubre, debía ejecutarse, pero dada la grandiosidad de su puesta en escena (faltaban algunos trajes) y su complejidad, se hacía necesario continuar perfilando todavía muchas cosas y seguir ensayando algunos días más, a pesar de que los intérpretes llevaban más de veinte de preparación, si bien se adujo para justificar tal situación la indisposición de la soprano principal, Inés Rey-Balla. Los asistentes, incluida gran parte de la prensa, salieron muy complacidos; sin embargo, la crítica especializada seguía con las espadas en alto, todo aquel montaje les había parecido fuegos de artificio para ocultar la carencia de verdaderos divos en el cartel. En este orden de cosas,  la noche del 14 tuvo lugar el ansiado estreno, el público se rindió en general ante la puesta en escena, no así buena parte de la crítica que siguió considerando mediocre al elenco de la obra para un teatro de la categoría del Real. Como muestra valga un botón, de nuestro tenor - y no fue de los peor tratados- se dijo: “El Sr.Marín tiene une charmante petite voix; pero debe poner atención en no concedérsela toda a los bastidores: cante para el público y póngase de frente a él”. En suma, hubo estopa para los intérpretes y, sobre todo, para el empresario; los decorados y los trajes no fueron suficientes para desviar su atención y conseguir su benevolencia.
            Quizá el hecho más importante de esta temporada de ópera con respecto a la vida de Marín se produjo con motivo de la representación de Fausto, de Gounod, en la que se presentó por primera vez en la capital de España en el papel de ‘Margarita’ a Elisa Villar y Jurado, la conocida como Volpini, soprano ligera que en esos momentos triunfaba de la mano de su marido, el tenor Ambrosio Volpini, por los teatros de medio mundo, y que con el tiempo, tras enviudar en 1871, como luego veremos, se casaría  con Marín en 1880. Su éxito fue importante y la dirección del Teatro le ofreció la posibilidad de continuar en la siguiente temporada, pero no pudo aceptar el ofrecimiento por hallarse ya comprometida con el Real Teatro de Lisboa.
            En diciembre cantó en los coros de la iglesia de Santo Tomás una Misa, una Plegaria a la Virgen, ¡Oh salutaris! (del maestro Ovejero) y un te-deum ( del maestro Eslava).
            En enero y febrero de 1866 volvió a repetir en el Teatro Real como segundo tenor, donde formó parte del reparto de las óperas, Rigoletto, de Verdi; la ya citada, La Africana y Roberto el diablo, de Meyerbeer; Linda de Chamounix, de Donizetti; Norma, de Bellini,  y El Trovador, de Verdi. Si bien algunas funciones estuvieron a punto de suspenderse por la epidemia de cólera que asolaba la capital de España, en abril participó en La Favorita, de Donizetti y Macbeth, de Verdi. Más tarde, y ya como primer tenor, se incorporó a los coros de los populares conciertos del maestro Barbieri, que tuvieron lugar en el Teatro Príncipe Alfonso con gran éxito de público y crítica en las dos ocasiones en que actuaron ejecutando un extenso programa. De igual forma, de nuevo en primeros papeles actuó en alguna representación matinal del Teatro Real, a las que había previamente renunciado Tamberlick, como la que tuvo lugar el día 14 de mayo, combinándolas con las ya mencionadas actuaciones particulares para personas importantes de la ciudad o en funciones músico-sagradas, en las que siguió destacando, caso de la  que se celebró el 17 de junio  en la Parroquia de Santa Cruz, o de su participación en los funerales del diputado provincial, Antonio Pardo y Borjes, oficiados en la iglesia de Santo Tomás el 3 de julio. Todo ello mientras proseguía con su formación en el Conservatorio, donde cantaba en los conciertos que se organizaban, pues continuaba siendo discípulo de Inzenga.
            Durante el verano, por segundo año consecutivo, en el Teatro Rossini repitió como segundo tenor en óperas como Roberto el diablo, Saffo, El Profeta y Guillermo Tell, compaginando sus actuaciones con las ya citadas esporádicas intervenciones en bodas y funerales o conciertos del Conservatorio, del que en breve se despediría definitivamente al concluir sus estudios. En el mes de julio cantó en Valencia en el Tetro de la Reina del Cabañal formando parte de un cuadro de zarzuela que durante ese mes representó El relampago, del maestro Barbieri, en cuya presentación al público se destacaba su participación como tenor cómico. En agosto regresó a Madrid al Teatro de los Campos Elíseos para participar en un concierto vocal en el que interpretó numerosas piezas y, a decir de la crítica, ejecutó de manera admirable una barcarola de una fantasía marítima compuesta por  Jesús Monasterio.