CASABLANCA

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FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

miércoles, 21 de noviembre de 2012

MIGUEL BUÑUEL TALLADA. ESCRITOR, ACTOR, GUIONISTA (V)


PRODUCCIÓN LITERARIA. MIGUEL BUÑUEL NOVELISTA

Miguel Buñuel caracterizado
como Fray Gerundio.
Manuel García Viño sitúa a Miguel Buñuel en la denominada generación del 60 –así llamada porque es alrededor de esta fecha cuando aparecen los primeros libros de los autores que la integran, nacidos todos ellos entre 1925 y 1932–. Para García Viño esta generación es aquella cuyos componentes asisten al acontecer de la guerra con ojos infantiles, pero con la conciencia despierta, y sufren las estrecheces de la posguerra en toda su intensidad y desde el momento mismo de su incorporación a la vida. Su peculiar situación histórica hace que esta generación sea crítica y revisionista; por haber sufrido en su carne las consecuencias de la gran crisis histórica, no olvida el pasado; pero por ser todavía joven cuando las circunstancias del país se abren al futuro más esperanzador, mira también hacia adelante, intentando, en lo  literario, asentar sus propias bases.
Por su parte, Antonio Iglesias Laguna, en Treinta años de novela española 1938-1968, lo encuadra en la generación del septenio 1923-1930, formada por los siguientes escritores: Ignacio Aldecoa, Armando López Salinas, Carlos María Ydígoras, Jesús Fernández Santos, Ana María Matute, Rafael Azcona, Fernando Guillén Castro, Juan García Hortelano y Rafael Sánchez Ferlosio. Si a los citados escritores unimos los nombres de Juan Goytisolo, Carmen Martín Gaite, Alfonso Grosso y Caballero Bonald, tenemos la nómina completa de la que se dio en llamar generación del 55 o del medio siglo. Con ellos comparte no sólo una fecha de nacimiento próxima, sino todavía algo más importante, pues como señalaba García Viño, conforman la generación de los niños de la guerra, marcados por los estigmas del hambre, el frío y el miedo de la retaguardia. Buñuel rememora su generación por boca de uno de sus personajes de la siguiente manera:
“– ¿Cuántos años tienes ahora?
– Treinta y uno. ¿Y usted?
– Treinta y tres.
– Me lo imaginaba, a pesar de esta careta de la muerte que lleva pegada al rostro, es el
sino de nuestra generación [...].
– La generación de los niños de la guerra, los que no hicimos la guerra, pero la padecimos.
– Somos los últimos.
– Sí, los últimos.
– Los que hicieron la guerra, multiplicándose de un modo inaudito, coparon todos los puestos, todos los quehaceres, todos los huecos. Nosotros éramos los últimos porque éramos
unos niños. Pero crecimos y seguimos siendo los últimos. Somos ya hombres maduros para la muerte y todavía somos los últimos. Seremos ya siempre los últimos, porque detrás de nosotros hay otra generación que aguarda, la generación de los veinte años, los que no pudieron conocer la guerra, porque aún no habían nacido. Ellos serán los que ocuparán esos puestos, esos quehaceres, esos huecos que irán dejando los otros; nosotros quedaremos más atrás aún, seremos aún más últimos” (Un lugar para vivir, p. 207).

Como se observa, la huella de la guerra está impresa en todos ellos y confiere a sus personalidades cierto carácter, presente en su literatura en forma de rasgos comunes, a saber: la solidaridad con los humildes y los oprimidos, la disconformidad ante la sociedad de su época, el deseo de cambio político, la crítica al mundo que les ha tocado vivir... Todos estos rasgos son propios de la tendencia literaria que metodológicamente se considera predominante en los años cincuenta, nos referimos a la conocida bajo el marbete de realismo crítico, así a partir de 1951 se consolida, junto al ya mencionado realismo crítico de autores como López Pacheco, García Hortelano, López Salinas, Luis y Juan Goytisolo, el neorrealismo de Aldecoa, Dolores Medio, Fernández Santos, Matute, Quiroga, Delibes, Martín Gaite o Tomás Salvador, la novela intelectual o antirrealista de Ferlosio en Alfanhuí, Cunqueiro, Nuñez Alonso, Prieto, Rojas, Bosch o el propio Buñuel.
Frente al realismo de corte tradicional de la década anterior, más barojiano que galdosiano, surgen, en opinión de M.ª Pilar Palomo, dos frentes:


“[...] el realismo dialéctico de clara problemática social, pero sobre unos supuestos de intencionada creatividad artística, y el de un iniciado realismo mágico y novela intelectual. El primero seguía apuntando en su transfondo a un aquí y un ahora y el segundo suponía un intento de evasión de esas coordenadas referenciales, afrontando el problema del hombre en su acronía o su universalismo [...] Ambas posiciones, realismo dialéctico y novela simbolista, caminan paralelas por la década de los sesenta, en un progresivo y común avance hacia formas experimentales, triunfantes a partir de 1970”.

A Buñuel lo encuadra en esta segunda tendencia: “Y junto a la acronía, la utilización del espacio también con valor simbólico: El Monte de Piedad, en el Buñuel de Un mundo para todos [...]”. También se puede hablar de lugar simbólico en Un lugar para vivir –el cementerio– y en Las tres de la madrugada –el tren–. Efectivamente, Buñuel reniega del tremendismo en Un lugar para vivir de la siguiente manera:

“– Fundamos una revista: Lanza en ristre. Su lema: ‘A la inmensa minoría siempre’. La redacción la teníamos en el sótano del café solitario. Sólo logramos sacar tres números, pues la revista fue suspendida por la Liga Suprema Literaria. Lanza en ristre atacaba la cretinez literaria, el tremendismo literario, que por aquellos años hacía verdadero furor, y la frivolidad literaria, que era ya insulto, de los escritores superconsagrados. Pero también nos preocupábamos de las lacras que pesaban sobre nuestro cine, nuestro teatro y nuestras artes plásticas” (p. 209).

Tampoco se muestra muy próximo del neorrealismo de corte objetivista al parodiarlo en Un mundo para todos:

“– ¡Ah!, es usted escritor. ¿Y qué escribe?
– Objetivismo.
– ¿Y qué es eso?
– Escribir las cosas..., cómo le diría..., tal como son, sin añadir uno nada de su cosecha.
– La verdad, yo de esas cosas no entiendo...
– Ahora que a mí me gusta la literatura sentimental. ¿Ha leído usted El pequeño
amante?
– No, no leo esas cosas.
– Pues tiene un premio internacional muy importante” (pp. 85-86).
Sin embargo, al realizar para la revista Índice la crítica de la novela de ciencia ficción de claro valor simbólico, La nave, de Tomás Salvador, se deshace en los siguientes elogios:

“He aquí una obra única en el panorama de nuestra letras, ya que hasta esta novela de Tomás Salvador nada se había escrito en la línea fantástico-científica de un Cooper, un Stevenson o un Wells, y, recientemente, de un Asimov y demás cultivadores de la llamada ‘Science-fiction’.
Tomás Salvador, no solamente ha creado un mundo fantástico-científico propio –la
idea de su astronave es muy original–, rico en anécdotas y peripecias perfectamente válidas en sí, sino que, y esto es lo más importante, ha abarcado a la humanidad entera en su eterno sobrevivir. De ahí la carga simbólica de los personajes y la importancia de esta nave que lleva perdida siete siglos en el espacio [...]. En definitiva, La nave es la reducción de los problemas humanos a un espacio fantástico- científico que nos permite conocer el valor del bien perdido sin haberlo perdido. Esto en cuanto a la vivencia del lector con la obra. Porque, objetivamente, la humanidad queda ahí, en su perpetuo caos, sobreviviendo, a pesar de todo”.
La obra narrativa de Buñuel se construye sobre un cañamazo simbólico teñido de crítica social, sentimientos cristianos y una personal filosofía, preocupada por la solidaridad humana y tendente a sublimar el valor de los sentimientos, en especial el amor, cuya frontera no es otra que la misma muerte, una muerte deseable, un “lugar en el que se está bien”.

Las novelas de Buñuel son más alegóricas que simbólicas, y más simbólicas que realistas. Nunca le preocupó seguir las corrientes dominantes y siempre se mantuvo fiel a sí mismo, sometiendo su producción a su singular personalidad. Todo ello hace de Buñuel un escritor original e independiente en el panorama literario de la década de los sesenta. Esta actitud, alejada siempre de las modas imperantes, le supuso, no pocas veces, críticas adversas hacia sus novelas, así por ejemplo, Ricardo Domenech en Triunfo decía de su novela Un lugar para vivir:

“Lo primero que salta a la vista, tras la lectura de esta novela, es que Miguel Buñuel ha exagerado notablemente la anécdota novelesca, lo que quita a esta unos visos de realidad. Sin entrar a discutir el contenido de la novela, conviene señalar, como defecto básico, esta irrealidad de la narración. En ningún momento el lector tiene la sensación de ver y oír a los personajes. Por otra parte, todo está contado, no ocurre ante la mirada del lector. Hoy no se puede escribir así, porque automáticamente el lector saca la justa impresión de tener delante de sí algo ficticio. En Un lugar para vivir hay mucho de ficticio”.

En este apartado vamos a estudiar tres de sus novelas –Un lugar para vivir, Un mundo para todos y Las tres de la madrugada–, el resto lo haremos en el siguiente dedicado a su producción de literatura infantil.


jueves, 15 de noviembre de 2012

MIGUEL BUÑUEL TALLADA. ESCRITOR, ACTOR, GUIONISTA (IV)


LA PERSONA
CASA NATAL EN CASTELLOTE

Miguel elaboró con gran amor el capítulo dedicado a Aragón de la obra colectiva titulada Maravillosa  España, en él, partiendo del análisis de su propia personalidad, describe el carácter aragonés  de la siguiente  manera: “Y en esto radica la naturaleza, naturalidad, nobleza; sustancia, salud, sinceridad del aragonés, todo él franqueza; todos ellos, pueblo [...] el cabal aragonés, pánico, panteísta,  rústico, a mucha honra: baturro. Y por eso humano hasta el tuétano, desprendido, solidario,  hermano: maño”.  

Manuel Estevan nos describe su personalidad como la de un “purista que pasó su vida buscando lo incorruptible”, y en lo político añade: “La militancia ortodoxa de Miguel supongo que era un reto más en su vida, un deseo coherente de transformación social junto con unos criterios de solidaridad que siempre se tradujeron en sus actos. Pero de lo que no ejerció jamás fue de político al uso burgués, ni frecuentó la política como experimentación publicitaria. Nuestro poeta fue un socialista incorruptible que nunca entró en los devaneos de la dialéctica de pasillo oscuro”. 

Esta breve y emotiva síntesis de la personalidad de Buñuel, fruto de la amistad de Manuel Estevan con nuestro escritor, se constata con facilidad en sus textos, cuya biografía y espíritu animan constantemente sus páginas: “– Y eso precisamente quisiera ser yo –prosiguió el joven–, ni vivo, ni muerto... Desde  luego en la otra ciudad me ahogo. Ya no aguanto tanto egoísmo, tanta cretinez, tanta insolidaridad. Usted vive aquí, ¿no?
– Sí, en un panteón.
– Ha hecho bien. Pronto haré yo algo parecido. Por ahora me conformo con venir aquí.
– ¿Y cómo ha sido eso?
– He venido retrocediendo lentamente. En realidad, mi presencia aquí se debe a mi
incapacidad para encajar en la golfemia de la vida. Para encajar tenía que ser un egoísta de
tantos, un insolidario de tantos... El caso es que he ido retrocediendo poco a poco hasta llegar
aquí y rodearme de muertos. Y aquí me encuentro en mi medio.
– Sí, los muertos son los grandes solidarios; por no rechazar, no rechazan ni a los vivos.
– Porque no devoran, sino que se dejan devorar; porque todo lo que podían decir se lo
callan, al revés de los vivos, que todo lo que deben callar, lo dicen; porque la tierra madre
que los cubre los iguala en la solidaridad de la muerte...
– Soy de tu misma opinión. El gran pecado de los hombres es su falta de solidaridad.
– ¿Y por qué, padre, sólo hay solidaridad en la muerte?
– Pues por todo lo que acabas de enumerar, por egoísmo, por cretinez, por incapacidad
humana... ¿Y cómo llegaste hasta aquí?
– Lentamente, ya se lo he dicho... Verá, fui educado como un señorito entre señoritos;
sin embargo, todos los muchachos proletarios que trataba se hacían amigos míos. Esto lo
puede comprobar más adelante en un campo de trabajo universitario. En seguida me hice
amigo de los obreros. Y más de uno me dijo: ‘Tú no eres como los otros’. Esos otros, por
supuesto, eran mis compañeros universitarios.
– Pero, ¿sólo eras tú de esa condición entre tus compañeros?
– No, no todos mis compañeros de Universidad eran señoritos. En cada facultad siempre
había un grupo minoritario de extraños. Y digo extraños porque así nos llaman el
resto. Entre nosotros nos llamábamos camaradas. Constituimos varias asociaciones: los
Adoradores de la Muerte, las Juntas de Ofensiva Literaria, los Apaleados de la Universidad [...].
– ¿Y la política?
– En cuanto a la política nos limitábamos a la teoría. Pero además estábamos convencidos
de la necesidad de esa teoría. Precisamente nuestro país no tiene política, por falta de
una teoría, de unos principios apolíticos. La política en nuestra patria, y usted lo sabe, se
ha reducido siempre a mítines contra esto o aquello, a tumultos o algaradas callejeras, a
desplantes o proclamas cuarteleras.
– ¿Y qué fue de las asociaciones?
– Se disolvieron por fuerza mayor y porque nos iban expulsando paulatinamente de la
Universidad. No tuvimos más remedio que desperdigarnos y refugiarnos en Universidades
de provincias... Y, claro, el cansancio, la abulia, la desesperanza hizo el resto [...].
– ¿Y qué se hizo de la ilusión de antaño?
– No era ni ilusión, era pura ingenuidad.
– No, tu vida, como la vida de todos nosotros, de los últimos como tú los llamas, está
para quemarse en algo, para ser hoguera hasta el fin de nuestros días [...]” (Un lugar para
vivir, p. 207 y ss.).

Extensa y significativa cita que demuestra cómo la personalidad de Miguel gravita sobre los protagonistas de sus novelas: Buñuel es Narciso, ese niño que viaja por tierra, agua y cielo, y que termina inmolándose para salvar al mundo; es mosén Manuel, ese cura hipersensible que asume los dolores ajenos como propios; es D. Cristóbal, ese loco solidario con los que sufren, político garante de la paz universal, eterno aspirante a convertir la tierra en “un mundo para todos”; es el niño Manuel, víctima inocente de un mundo en desorden... Buñuel es y está en todos sus personajes, perpetuos buscadores de la fraternidad humana, soldados infatigables de la justicia, defensores de la libertad, solidarios con el Hombre, entrañables alucinados en busca de un mundo mejor. Nuestro escritor, nacido en el seno de una familia conservadora y católica a machamartillo, parte de una formación inicial clásica que tiene en Eugenio d’Ors, en lo intelectual, y Dionisio Ridruejo, en lo político, a sus máximos exponentes; sin embargo, su amistad con poetas y novelistas como Celaya, Otero o Max Aub, su reconocida admiración por Ramón J. Sender, su carácter contestatario e idealista y su anhelo de utopía, explican su continua evolución hacia movimientos de izquierda cada vez más radicales que lo sitúan en los últimos años de su vida militando en el Partido Comunista Marxista Leninista. En definitiva, Miguel Buñuel fue un hombre sensible, estrambótico, contestatario utópico, bondadoso, defensor a ultranza de las causas nobles, solidario y espíritu libre. Buñuel es ese Quijote que todos sus personajes llevan dentro.

sábado, 10 de noviembre de 2012

MIGUEL BUÑUEL TALLADA. ESCRITOR, ACTOR, GUIONISTA (III)

Miguel Buñuel como actor de Ceremonia sangrienta (1973)
 de Jorge  Grau.

 EL HOMBRE
Miguel Buñuel gustaba de describirse a sí mismo en algunas de sus obras caracterizando con su físico, también con su personalidad, a algún personaje; así, en su guión de cine inédito titulado Novísima Edad Media, su protagonista, Michael Kjolas –el propio Buñuel– se retrata de la siguiente manera: “Era un hombre de cincuenta años, alto y de complexión atlética, calvo, con largas melenas grises enredadas en una espesa, poblada y alborotada barba entrecana y espesas cejas enmarcando unos ojos caídos, acuosos, brillantes, siempre de par en par abiertos, sin el menor parpadeo...” (p. 6). 
José María Sánchez Silva quedó impresionado por la profundidad de su mirada: “Mi visitante hablaba despacio y pronunciaba con sorda fatiga las palabras. El arco de una calva frontal incipiente despejaba por arriba la espesura de sus cejas; debajo, los ojos profundos y ávidos desmentían, en cierto modo, las palabras arrastradas y difíciles”.
Por su parte, Manuel Estevan, recuerda su voz: “Miguel era grandote, bonachón, con voz de sordina  que jamás subía de tono”. En resumen, y según los testimonios, Miguel era voz de sordina y ojos profundos: mirada y voz.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

MIGUEL BUÑUEL TALLADA. ESCRITOR, ACTOR, GUIONISTA.

TRAYECTORIA VITAL

   Sobre una inmensa atalaya de roca, escasos restos de un castillo templario dominan la bella localidad turolense de Castellote, lugar donde nació Miguel Buñuel Tallada el 5 de julio de 1924:

“Una atalaya larga, interminable. De rocas altas, empinadas, enormes. Grises y rojizas. Y sin vegetación alguna. El sol está a punto de ocultarse por su extremo, que se recorta en un cielo muy azul. Las nubes, muy blancas.
A los pies de la atalaya, incrustado en sus rocas, el pueblecito, alargándose como el mango de una sartén. Y en la cresta de la atalaya, exactamente encima de la plaza, las ruinas de un castillo de los tiempos de la 
Reconquista, en las que destacan los restos de un torreón árabe. 
En la plaza, la iglesia, con columnas salomónicas en el pórtico, una torre coronada por un gallo de hierro la veleta– y un nido de cigüeñas. Y la fuente, abierta en un muro escalonado con bancos de piedra”.

En este pueblo turolense transcurre su infancia, etapa fundamental en la conformación de su personalidad y omnipresente en sus textos; quizá, lo mejor de su creación literaria proceda de estos recuerdos infantiles de los primeros años de vida, expresados con la sencillez y candorosidad siguiente: 

“En los bancos, sentados, algunos viejos, rostro enjuto surcado de arrugas, con la mirada clavada en el  infinito y las manos sarmentosas entrelazadas sobre la gayata. Y niñas  jugando a las casitas. Unas preparan  la cena, porque los primeros labradores ya regresan de los campos. Trozos de baldosines rojos y de vidrio verde hacen de cacharros. Los guijarros de río son los panes y la arena, el arroz. Otras niñas mecen a sus muñecas de trapo, canturreando una nana, porque las gallinas con su gallo se han ido a acostar. De la iglesia sale alguna mujeruca enlutada, alguna joven con vestido estampado en colores chillones. Las mozas han empezado a acarrear agua en sus ventrudos cántaros de barro que apoyan en la cabeza o en la cadera. Un campesino, con una recua de tres borricos cargados con talegas repletas, asciende por la empinada cuesta junto al muro escalonado.Y de pronto... Niños, blandiendo haces de mimbre, a modo de escopetas, montados a horcajadas sobre otros niños que trotan como caballos, irrumpen en la plaza. Es la caballería. Gritan y alborotan. Detrás, un grupo, con los mimbres al hombro, camina en formación marcial...”

   Sus amigos de la infancia –fielmente retratados por Buñuel en este breve cuento, El aquelarrito, memoria de sus juegos y diversiones en el pueblo– lo recuerdan como un niño inteligente y rebelde, siempre dispuesto a cuestionarse las imposiciones y los mandatos categóricos no justificados por explicaciones precisas, y poco dispuesto a callarse ante lo que no comprende o considera injusto. A su incipiente sordera atribuyen su carácter retraído y taciturno. 
   Cuando cuenta con catorce años, mediada la guerra civil, tras fracasar el negocio familiar –una fábrica de dulces, cuyo producto más prestigioso eran las peladillas escarchadas, de calidad internacional y todavía en la actualidad recordadas– su familia se traslada a Zaragoza, para, poco después, en los años cuarenta, asentarse definitivamente en Madrid. 
   Miguel Buñuel estudia por imposición familiar perito agrícola. Carrera que nunca llegó a ejercer, limitándose a su conclusión a diseñar una hermosa e imaginativa orla para su promoción. Su facilidad para el dibujo le lleva a aceptar el puesto de director de maquetación de la Editorial Doncel, en la que publica sus primeras obras para niños, inaugurando, por ejemplo, su colección más famosa, “La Ballena Alegre”, con El niño, la golondrina y el gato. A este respecto, Manuel Estevan cuenta que “cada vez que se leían poemas en ‘Radio España Independiente de un poeta español cuyo nombre silenciamos’, le cargaban el mochuelo a él, y luego se quejaba porque estaba trabajando en la Editorial Doncel donde le amenazaban con ponerlo en la calle”. 
   Trabajó también como oficinista en el Instituto del Hierro y del Acero, empleo que terminó por abandonar para dedicarse por entero a sus actividades artísticas. Su inquietud intelectual le lleva a cursar estudios en la Escuela Oficial de Periodismo y en la Escuela Oficial de Cinematografía –él mismo calificaba su formación como de “autouniversitaria”–. Sobre estos últimos estudios, Manuel Estevan relata la siguiente sabrosa anécdota:

“Asimismo fue al comienzo de los 60 cuando más entusiasmado estaba con los guiones de cine que iba elaborando y que jamás llegaron a consolidarse en la industria fílmica. Recuerdo que una tarde, hace ya doce años, en la Ciudad Universitaria de Madrid, le decía Berlanga, entonces profesor suyo en la extinta Escuela de Cine: ‘Es que tú aún no te has dado cuenta del país en que vives’, refiriéndose a los desafueros sociológicos de aquellos guiones. Y, sin embargo, escribía y rebuscaba temas para plasmar en unas pantallas que nunca se iluminaron para él”.

   En torno a los años sesenta, Buñuel contrajo matrimonio con la escritora gallega María Elvira Lacaci, con la que vive una relación pasional tormentosa que lo sumirá en una profunda depresión de la que tardó en recuperarse algún tiempo. Finalmente, tras conseguir que su matrimonio fuese declarado nulo, volvió a casarse con M.ª Teresa González. Miguel Buñuel falleció el 21 de ocubre de 1980 víctima de un cáncer de colon, probablemente secuela de una larga convalecencia en cama tras un desgraciado accidente de tráfico –fue atropellado por una moto–.

sábado, 3 de noviembre de 2012

MIGUEL BUÑUEL TALLADA. ESCRITOR, ACTOR Y GUIONISTA

A MODO DE PRESENTACIÓN

Las entradas que siguen se encuentran reunidas en un trabajo completo publicado por el Instituto de Estudios Turolenses que puede consultarse completo pinchando AQUÍ

¿Quién fue Miguel Buñuel? Ante esta pregunta, la mayoría de los encuestados, turolenses o no, contestarían relacionándolo con el calandino universal: –¿Un hermano de Luis Buñuel? ¿Algún otro familiar, quizás? Sus respuestas demostrarían que nuestro personaje no es una personalidad conocida en la actualidad, ni en su tierra ni fuera de ella. Miguel Buñuel (Castellote, 1924 - Madrid, 1980) fue ante todo un hombre lleno de inquietudes:
la novela, el cuento, el teatro, la poesía, el guión cinematográfico, la literatura infantil y juvenil, el periodismo, las tareas editoriales, todo le interesó y lo trabajó.

El Quién es quién en las Letras Españolas (1979) lo presenta como cineasta; sin embargo, pese a su apellido, a ser bajo aragonés  a sufrir serios problemas de audición y a dedicarse al cine, no fues familia de Luis Buñuel, al que sí conoció, y con el que celebró con vino el apellidarse igual. Su gran vocación por el séptimo arte –estudió en la Escuela Oficial de Cinematografía–, sus encuentros con Luis Buñuel –seguramente interesados, buscando que el de Calanda lo apadrinara en su carrera cinematográfica o al menos le diese su opinión sobre sus múltiples guiones–, su trabajo constante en el medio –participó como actor en una serie televisiva y en varias películas, escribía sin cesar guiones muy personales, llegando a realizar, incluso, una película– y su intensa labor como crítico cinematográfico, no le sirvieron para hacerse un nombre en el difícil mundo del celuloide.

Si como cineasta no destacó, en el mundo de las letras durante la década de los sesenta sí alcanzó cierto prestigio, consiguiendo varios premios de renombre como el “Sésamo” de cuentos (1957), el Gerper Ateneo de Valladolid (1958), el Lazarillo (1959), el diploma of merit Andersen, el Selecciones de Lengua Española (1962) y el Premio Jauja (1968).