CASABLANCA

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FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

domingo, 17 de febrero de 2013

ÁNGEL DELGADO Y JOSÉ DAMIÁN DIESTE, EL REY CONQUISTADOR, Barcelona, Edhasa, 2008.


                                                              CRÓNICA DEL “REY TOZOLUDO”

     Ángel Delgado y José Damián Dieste, autores de la novela El Rey Monje: Crónica de Ramiro II, publican diez años después otra gran novela histórica, El Rey Conquistador. La crónica oculta de Jaime I ( Barcelona, Edhasa, 2008), completando de esta forma un magnífico díptico narrativo (confiemos en que con el tiempo se convierta en trilogía) sobre dos de los reyes más importantes de Aragón.
            
El siglo XIII fue un periodo convulso y muy interesante desde el punto de vista histórico y de la religiosidad. En Aragón estuvo regido por la inmensa figura  de Jaime I, el rey que más años permaneció en el trono, accedió en 1213, cuando contaba con cinco años, y se mantuvo hasta su muerte en 1276, sesenta y tres años nada menos, casi la duración de toda su vida. Durante su reinado conquistó Mallorca, el reino de Valencia, Murcia y abrió Aragón al Mediterráneo,  algunos cronistas, tras su muerte, escribían que el poder del rey de Aragón era tal en esas aguas que “hasta los peces llevaban en su lomos las barras de Aragón”, y, aun a pesar de haber sido educado por los Templarios en Monzón,  quizá  fue el rey más antiaragonés de todos. Los grandes nombres de la historia son así, inaprensibles y paradójicos.
            El Rey Conquistador es, como reza su título, un soberbio retrato de su protagonista, Jaime I,  un hombre de noble planta, mujeriego, misterioso, enérgico, de fuerte personalidad –en ocasiones violento y cruel con los desleales-, de carácter austero y reflexivo, con un fuerte sentido del deber y del poder, pero, por encima de todo, destacó por su tenacidad, fue  un rey tozoludo, “empecinado como mosca de mula.”
            El retrato del monarca se realiza desde el punto de vista de un gran acierto narrativo: Aymerico de Batayuela, un imaginado escribano, que toda su vida lo acompañó y cuya condición de homosexual lo lleva a admirar sus virtudes, a comprender sus defectos y a disculpar sus bajezas, de hecho, lo amó en secreto, pero este sentimiento no ciega su raciocinio, el cual, al final, se impone y le aconseja abandonar sus filas y  rendir vasallaje a Ferrán Sánchez de Castro, hijo bastardo de Jaime y enfrentado con él.
Junto con el rey destacan también los retratos de personajes femeninos (Leonor de Castilla, Aurembiaix, Violante de Hungría, Blanca de Antillón, Teresa Gil de Vidaure, Berenguela, etc.) y de los grandes nombres del siglo: reyes (Pedro II, Fernando III, Alfonso X, etc.), papas (Inocencio III, Honorio I, etc.), intelectuales (Raimundo Lulio, etc.) y multitud de nobles.
En su planteamiento, la historia recurre a un recurso clásico: el manuscrito encontrado. Aymerico descubre en el monasterio de Sigena una crónica sobre el Conquistador diferente a la que el mismo contribuyó a redactar al dictado del propio rey -El libro de los hechos-, por lo que llevado de su amor al monarca y a la verdad,  se dispone a glosarla y cotejarla para mostrar las divergencias de hechos y así conocer el envés de la historia. De esta manera tan literaria, los autores nos transmiten lo que de forma más o menos reconocida históricamente aconteció en la época y que las mistificaciones del poder ocultaron o tergiversaron, al tiempo que les permite descubrir el lado más humano del personaje.
El rigor histórico del libro –Crónica- es indudable, aun a pesar del aragonesismo confeso de los autores –siempre quejosos por el maltrato del monarca hacia Aragón y dolidos por su indolencia hacia las tierras del Landeloc-, los expertos podrán encontrar quizá algún error, pero nunca un engaño malintencionado.
El tándem Ángel Delgado-José Damián Dieste funciona como un solo hombre, aquél presenta un estudio cronológico fiel, éste acopla la evolución de los personajes al acontecer diario con precisión de relojero (crecen, maduran y envejecen de manera acorde con su época. Su cultura y su tiempo están reflejados en su personalidad); aquél aporta una documentación exhaustiva, estudia la economía, la población, los recursos, los movimientos, etc., éste los convierte en literatura, y es que El Rey Conquistador es mucho más que buena historia, es también literatura, y literatura con mayúsculas.
El Rey Conquistador es una magnífica novela entretenida y apasionante en su trama, escrita con un lenguaje brillante en el que abundan, como no podía ser de otra manera, los aragonesismos, los términos medievales, las sentencias, los refranes y  los dichos (asombra la riqueza de vocabulario y la precisión de su uso). Aderezada con interesantes elementos etnográficos,  maneras de vivir, comportarse y pensar en la Edad Media: los usos de plantas medicinales, las formas de alimentarse, de viajar,  de vestir,  el lujo y la pobreza, el descanso y el trabajo cotidiano, etc., todos estos elementos enriquecen el argumento y le dan un tono novelesco real, de vida vivida con autenticidad.
Por otro lado, las descripciones de todo tipo, incluso las más complejas –olores, sabores y sones- demuestran la precisión de un orfebre de las letras que sabe dotar a su texto de momentos sublimes de gran sensualidad y delicado lirismo, los ejemplos son numerosos, pero en especial destacaríamos todas las escenas de amor y sexo -con bellísimas metáforas- y las descripciones de territorios (de Aragón, “ese dragón seco”, o de Cataluña, “esa sirena sonora”), de ciudades (Teruel, “… ciudad real, señora de los altozanos, condesa de las arcillas, gema de ladrillos y atrio de los sueños de gloria.”; Zaragoza, “es un florón de verdor, una ninfa con norias sonoras entre ásperos secanos…”; Lerida, “…altiva y nebulosa…entre campiñas transfiguradas por la niebla…”, etc.), de pueblos,  de lugares… Todos ellos demuestran, no sólo el conocimiento directo de la geografía descrita, sino, sobre todo, el amor de los autores por esos paisajes.
A nuestro juicio, es difícil encontrar en la actualidad novelas de este género tan meticulosamente escritas. Dieste y Delgado nos ofrecen una novela fascinante que se huele y se siente sobre la piel, que se vive con la fuerza y el esplendor de ese  Aragón medieval, altivo y contumaz que ellos aman.


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