CASABLANCA

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FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

viernes, 10 de junio de 2016

NICANOR VILLALTA PELICULERO (III)



Villalta, el mejor espada de su época a los ojos de Hemingway
        


Hemingway consideró a Villalta el mejor torero de su tiempo, junto al “Niño de la Palma”, lo juzgó como un torero intemporal, único, personal, individual e inclasificable, pero démosle la palabra al escritor taurófilo, la cita es larga, pero merece la pena, quizá sea la mejor radiografía de un torero y de su forma de torear que se haya hecho nunca:




“Villalta es un caso extraño. Tiene un cuello tres veces más largo que la mayoría de las personas. Mide uno ochenta de estatura y ese metro ochenta está empleado casi enteramente en piernas y cuello. No se podría comparar su cuello con el de una jirafa, porque el cuello de la jirafa tiene un aire natural y el cuello de Villalta parece como si acabaran de estirarlo delante de vuestros ojos. Parece que es un cuello de goma que se estira y se estira y no vuelve jamás a sus dimensiones normales. Sería maravilloso que pudiera ocurrir así. Ahora bien, un hombre, dotado de tal cuello, si mantiene los pies juntos, el torso hacia atrás e inclina el cuello hacia el toro, produce cierto efecto que, sin ser enteramente artístico, no es completamente grotesco. Pero en cuanto ensancha las piernas y sus largos brazos van cada uno por su lado, nada puede evitar, por mucho valor que ponga, el que se convierta en un ser extremadamente ridículo.

Una noche, en San Sebastián, paseando por La Concha, Villalta nos habló de su cuello, en esa especie de lenguaje infantil aragonés que habla; maldijo su cuello, y nos explicó cómo tenía que concentrar la atención en su cuello y no olvidarse nunca de él para no parecer grotesco. Había inventado una especie de estilo giroscópico de emplear la muleta y dar sin ninguna naturalidad los pases llamados «naturales». Con los pies muy juntos, con su gigantesca muleta, que, completamente desplegada, sería suficiente para sábana de un hotel respetable, extendida la muleta sobre la espada, sujeta con la mano derecha, Villalta gira lentamente con el toro. Nadie hace que pase más cerca; nadie torea más cerca del toro y nadie sabe girar como el maestro sabe hacerlo.

Con la capa es malo; procede mucho más rápidamente y a golpes; cuando mata, se encamina derecho al toro y sigue bien la espada con su cuerpo, pero con frecuencia, en vez de bajar la mano derecha, para que el toro la siga y quede al descubierto el punto vital entre sus omóplatos, le ciega con los pliegues rojos de la muleta, contando con su altura para pasar el brazo por encima del cuerno y hundir la espada hasta la bola. A veces, sin embargo, mata de un modo absolutamente correcto y siguiendo los cánones. En los últimos tiempos, su manera de matar se ha hecho casi clásica y muy segura. En fin, todo lo que hace, lo hace con valor, y todo lo que hace, lo hace a su manera, así es que si veis a Nicanor Villalta, tampoco habéis visto los toros. Pero debéis ir a verle en Madrid, siquiera una vez, donde se entrega por entero y donde, si sale un toro que le permita mantener juntos los pies, cosa que no le sucede más que una vez cada seis, veréis algo extraño, conmovedor y, gracias a Dios, excepto por lo que se refiere al gran valor que despliega, completamente único [...]

Nicanor Villalta, cuando encuentra un toro que embiste lo suficiente por derecho para que el torero pueda mantener los pies juntos, trabaja muy cerca, se exalta y se curva sobre sí mismo, lanzando la línea de su torso sobre los cuernos y, moviendo la muleta con su muñeca maravillosa, hace dar vueltas al toro alrededor una y otra vez y le hace pasar tan junto a su pecho que los lomos del toro le achuchan a veces, y los cuernos pasan tan cerca de su vientre que se pueden ver luego en el hotel las rayas que le han hecho en el abdomen. No exagero: las he visto. Creo que podrían provenir de las puntas de las banderillas, que le habían rozado en el momento en que hacía pasar todo el bulto del toro tan cerca de él que su camisa se manchó de sangre; pero creo que podían también provenir de la porción plana de los cuernos, que pasaban tan próximos a él, que yo mismo no tenía valor para mirarle con los ojos abiertos. Cuando hace una gran faena, Villalta es todo valentía; y por esa valentía y esa muñeca mágica se le perdonan las mayores torpezas que pueda cometer con los toros que no le toleren mantener los pies unidos. Puede ocurrir que veáis una de esas grandes faenas de Villalta en Madrid, donde se ha encontrado con toros buenos con más frecuencia que ningún otro torero muerto o vivo. Pero podéis estar seguros también de verle tan torpe de figura como una mantis religiosa cada vez que tropieza con un toro difícil. No hay que olvidar que esa torpeza está originada por su contextura física, y no por falta de valor; por la manera como está constituido, Villalta no puede ser elegante más que si junta los pies, y, mientras que la torpeza en un torero gracioso es señal de pánico, en Villalta significa solamente que ha dado con un toro con el que tiene que separar las piernas para torear. Pero si habéis llegado a verle alguna vez cuando puede unir los pies, si le habéis visto inclinarse como un árbol en una tempestad delante del toro que embiste, si habéis visto dar al toro vueltas y más vueltas en torno, si al torero le habéis visto exaltarse, arrodillarse ante el bicho después de haberle dominado y morderle el cuerno, olvidaréis entonces el cuello que Dios le ha dado, la muleta, enorme como una sábana, que emplea y sus piernas de poste telegráfico; porque su extraño cuerpo contiene el suficiente valor y el suficiente pundonor como para hacer de él una docena de toreros. […]

El mejor espada de hoy en día es Nicanor Villalta. Villalta comenzó falseando la suerte de matar y utilizando su elevada estatura para inclinarse sobre el toro, cegándole con su inmensa muleta; pero ahora ha purificado, dominado y perfeccionado su arte, de tal manera que, en Madrid al menos, mata los toros que le tocan, de cerca, con confianza, de una manera correcta, segura y emocionante, habiendo aprendido la manera de emplear su mágica muñeca izquierda para matar realmente al toro en lugar de engañar sencillamente al público. Villalta es un ejemplo del hombre simple de que hablaba al comienzo de este capítulo. En inteligencia y en conversación no es más listo que vuestra hermanita de doce años, si esa hermanita es una niña algo retrasada y tiene un sentido de la gloria y una fe en su grandeza tan altas que podríais colgar de ella vuestro sombrero. Añadid a esto una bravura con la que ningún valor frío podría rivalizar en intensidad.

Personalmente le encuentro insoportable, aunque es bastante divertido si no se tiene ninguna prevención contra la histeria vanidosa; pero con la espada y la muleta es hoy en Madrid el más bravo, el más seguro, el más tenaz y el más emocionante matador de la España contemporánea. “[1]



[1] Muerte en la tarde, Madrid, Espasa, pp. 57 y stes.

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