CASABLANCA

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FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

miércoles, 7 de febrero de 2018

TRAS LA HUELLA DE LOS AMANTES EN LA LITERATURA (II)

Poesía

El artículo completo en TURIA NÚM. 124

            Dejando a un lado las menciones puntuales a los Amantes del siglo XV, tanto la poco probable de Juan de Valladolid en el Cancionero d’Herberay des Essarts (1463), como la más fiable, pero tampoco segura, presente en Triste delectación (1458-1467), donde “Marcilla y su dama” ocupan ya un lugar preeminente en el cielo de los enamorados, son el XVI y XVII, coincidiendo con los de nuestra literatura, los Siglos de Oro de la tradición amantista, en especial en lo que respecta a su presencia en obras poéticas de todo tipo y metros (un romance que comienza, “En Teruel, Príncipe Augusto”[1] y su contrapunto paródico, Relacion burlesca intitulada Los Amantes de Teruel, para cantar y representar, compuesta por un aficionado (s.a.), sonetos, poemas caballerescos, etc.).  Entre 1550 y 1619 se escribieron seis obras de entidad. Desde la hoy perdida, Historia lastimosa y sentida de los tiernos amantes Marcilla y Segura (anterior a 1555), escrita por el turolense Pedro de Alventosa[2], hasta llegar a ese momento cumbre del amantismo que supone la Epopeya trágica (1616), de Juan Yagüe de Salas.
            La Silva tercera a Cintia, presente en las Obras (1566) del poeta neolatino bilbilitano Antonio Serón[3],  se ajusta en lo esencial a la tradición, si bien presenta ciertas variaciones: añade un patético discurso de Isabel momentos antes de morir; no dice que Marcilla fuera pobre ni segundón, por lo que no tuvo necesidad de ir en busca de honores y riquezas; no hace referencia al tema del plazo ni se menciona la escena de la alcoba.
          
  Bartolomé de Villalba y Estaña es el autor del primer libro de viajes por España[4], El pelegrino curioso y grandezas de España, de 1577, un proyecto narrativo de veinte libros de los cuales solo se conservan ocho, los que constituyen la Primera parte de las tres en que fue repartida la obra. Villalba no pretende realizar una crónica de viaje al uso, su última intención es fundamentalmente literaria, de manera que episodios folclóricos, literarios e históricos jalonan el itinerario geográfico de la obra, presentando, en ocasiones, verdaderas novelas cortas al estilo italiano, caso de la de los Amantes, presente en el tomo séptimo y escrita en verso. Las novedades más destacables de su relato son: los hechos se localizan en 1280; el plazo es de siete años; incluye un falso testigo de la muerte de Marcilla y una muy bocacciana escena de alcoba; la amante muere al abrazar el cuerpo del difunto en la Iglesia de San Pedro y, lo más novedoso, el milagroso final con explícita mención a la incorruptibilidad de sus cuerpos: “juntos prevalecen hoy en día,/sanos, incorruptibles y olorosos […]”         
            En la égloga Galatea, Amaranta (1581-1584) de Pedro Lainez -reconocido poeta en su época, amigo íntimo de Cervantes y de Lope, pero absoluta e injustamente olvidado después- se narra su historia de amor y por primera vez se le da el nombre de Isabel a la amante.
       Inspirado en la obra teatral de Rey de Artieda, el canto    noveno del poema caballeresco, Florando de Castilla, lauro

de caballeros (1588), del aventajado discípulo de la escuela de Ludovico Ariosto, el médico Jerónimo de Huerta, incluye el episodio de los trágicos amores turolenses, si bien presenta una cierta evolución en su tratamiento, que pasa del amor cortés medieval al cortesano renacentista.




[1] Véase al respecto PEREZ LASHERAS, Antonio (2003), La literatura del reino de Aragon hasta el siglo XVI, Zaragoza, Biblioteca Aragonesa de Cultura, pp. 99-100.
[2] Edición vista por el bibliógrafo Gayangos en la biblioteca de los duques de Marlborough, en Inglaterra, en 1838. Se desconoce el paradero actual de dicho ejemplar.
[3] Estudiada por Gascón y Guimbao en el prólogo a Los amantes de Teruel. Antonio Serón y su silva á Cintia,  Madrid, Imprenta de los hijos de M. G. Hernández, 1907.
[4] Poco después, en 1586, un viajero castellano redactó a su paso por la ciudad la conocida como Relación anónima, que aporta datos literarios y locales sobre la leyenda. Siguiendo pues la estela iniciada por Bartolomé Villalba, todos los viajeros que han pasado por la ciudad desde entonces, caso de Antonio Ponz, el Barón de Bourgoing, Pablo Riera, Begin, Richard Ford, Davillier, Fajarnés, Michener o Candel, entre otros, han hecho mención a su existencia. En general son referencias asépticas o poco favorables a su historicidad. De igual forma, son también numerosos los escritores que hacen mención a su historia en alguna de sus obras, caso de Gertrudis Gómez de Avellaneda, Pedro Antonio de Alarcón,  Galdós, Baroja, Max Aub, y un largo etcétera. Incluso el propio Cela en su Viaje a la Alcarria, pone en boca de un mozo la siguiente jota: “Si buscas novia en Teruel,/búscatela forastera/mira que matan de amor/las mujeres de esta tierra.”



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